En caso de que suceda una pérdida en el primer trimestre no siempre es necesario realizar legrado o administrar medicación para «expulsar»; con compañía, información y paciencia se puede hacer lo que se denomina técnicamente «manejo expectante del aborto», que no es otra cosa que esperar a que se inicie el desprendimiento de los tejidos que sostienen al bebé unido al útero de su madre.
A continuación tenéis un relato que es la segunda parte de este otro. En él, su madre explica la aceptación de la pérdida del bebé y como el manejo expectante del proceso le ayudó a vivir la despedida de una forma muy consciente; porque el parto de un pequeño bebé de 10 semanas tiene mas similitudes de lo que podríamos pensar con el parto de un bebé de 40.
-Aceptar tu pérdida-
La gine consigió hacer dos fotos. En una salías de lado, como con las manitas agarradas. En la otra, tenías forma de cacahuete. Se veían unas sombras que supuestamente eran hematomas. “No vamos a hacer ninguna prueba para saber porqué ha pasado. Probablemente es un fallo cromosómico. Tienes dos bebés sanos” Esa fue toda la explicación (tampoco tenía más para poder decirme). Pero no me dejaba nada tranquila. No es que necesitase saber exactamente porqué te habías ido tan pronto, pero sí necesitaba entender que no era que hubiese algo mal. No podía quedarme sin hacer nada.
Tras la noticia, inconscientemente esperada, Eva me explicó los 3 tipos de procedimiento que “existen” para llevar a cabo el proceso de aceptación y despedida. Muy respetuosa y conociendo mi filosofía de vida, se saltó el primero, el raspado. Pasamos al segundo, “manejo farmacológico”, consiste en tomarte unas pastillas. Una que provoca la muerte de tu bebé, es decir, de ti. Cosa que no entendía, ya que si no tenías latido, ¿Por qué debería tomarme algo, que seguro que no es nada bueno para mi organismo, para provocar lo que ya estaba hecho? Además, ¡Yo creo en la magia! No iba a dejar de creer ahora. ¿Cuántas noticias he leído sobre bebés que nacen sin latido y tras horas en contacto con sus madres esos hijos vuelven milagrosamente a la vida? No es que me agarrase a un clavo ardiendo desesperada por que la noticia fatidica no fuese real. Era realista, desde el principio sentí que las cosas no iban bien, algo no funcionaba. El caso es que para mí, lo de tener que tomarme una pastilla para matarte no tenía ningún sentido, y mucho menos cuando ya no tenías latido. Tras esta pastilla, a los dos días prostaglandinas para la dilatación y expulsión. “En tu situación, podemos dártelo para que te las lleves a casa. Son pastillas que no se dan con prescripcion médica, ya que son abortivas. Generalmente las mujeres vienen a tomárselas aquí y se quedan incresadas para controlar todo el proceso. Te las damos y en un par de días, cuando hayas asimilado la situación, te las tomas”, me dijo Eva. “Bueno, está bien, ¿Me las puedo llevar por si acaso y traéroslas en caso de que decida no tomármelas?”.
“Un par de días…” pensaba yo, “un par de días” ¿Cómo voy a asimilar en un par de días el hecho de que acabo de perderte? ¿La gente lo procesa tan rápido? ¿Y luego cómo lo lleva?
Ella seguía con sus explicaciones. Hay una imagen, una frase que no olvidaré jamás. Sentada en esa butaca negra, con esa luz tenue que casi no te permite vez la habitación, casi ni las notas de la gine, que las hace ininteligibles alumbradas sólo por la luz de un foco de escritorio. Me sentía tan pequeña en esa butaca, con un montón de cosas pasándome por la cabeza, era como una enanita dentro; mientras, ella seguía explicándome. Entonces me volví a centrar en ella. “Ahora te prescribo dos analgésicos distintos, funcionan a diferentes niveles, debes tomarte los dos”. Aquí se giró y me miró directamente a los ojos: “No tienes que sufrir para pasar por este proceso”.
“No tienes que sufrir para pasar por este proceso”. Esa frase retumbaba y retumbaba en mi cabeza. “No tienes que sufrir para pasar por este proceso”. Pero… Cómo coño no voy a sufrir al pasar por este proceso! ¡¡¡¡Qué acabo de perder a un bebé!!!! ¿Qué le pasa a este mundo?
Sé que Eva lo decía con toda la buena intención, que su intención era darme a entender que ya era bastante doloroso el proceso como para tener que vivir algún dolor físico. Se lo agradezco. Pero desde mi punto de vista, tenemos tanto miedo al dolor, a sufrir, ¡a sentir! Y eso no es nada sano. Como yo lo veo, y ahora desde mi experiencia, el dolor físico ayuda a procesar y dejar partir el proceso emocional. Durmiendo al cuerpo, de algún modo nos aislamos, nos alejamos de lo que verdaderamente está pasando. Transformamos la realidad. Es algo que no apetece vivir, que inconscientemente desvias para no afrontar. El dolor ayuda, ayuda.
Lo único que me importaba era que pudieses nacer con todo el respeto y el amor con el que nacieron tus hermanos. En el calor del hogar, respetando tus tiempos y rodeada de los que te quieren y no te olvidarán. Pero sobre todo, que te pudieses quedar con nosotros, en nuestro hogar, que tu cuerpo fuese tratado con el mayor de los respetos, como lo más sagrado, como lo que eres. Un regalo del Universo. Eso, seguro no sería posible en el hospital. ¿Qué harían contigo? ¿A dónde te llevarían? Y lo peor, ¿Dónde acabarías?
Cómo podría yo vivir pensando en qué habría sido de ti. Ahora sé donde estás, te veo crecer muy, muy suave y sutílmente, en las raíces de nuestro hogar. Ahora sé que esa decisión la había tomado tiempo atrás. Leyendo la historia de la pérdida de una compañera. El respeto y amor con que trató la situación que la vida le traía. Eso quería yo para ti. Para mí. Para todos nosotros. ¿Dónde quedaba tu padre en cualquiera de los procesos hospitalarios? Fuera, siemplemente fuera de la ecuación. Y ninguna de las dos queríamos eso.
Aún en el hospital, esperando a que tu padre llegase para traducirme el consentimiento informado de todo lo que me acababan de explicar, tenía claro lo que íbamos a hacer (aunque en algún momento las dudas me acorralasen). Papeles firmados. Entro en la sala. ¿Cuándo vas a venir a tomarte las pastillas? Me pregunta la enfermera. “Ehhh, no sé.” “¿El jueves?” Me vuelve a decir. “Ehhh, no. No lo sé. Tengo que procesarlo. Creo que me han dado permiso para poder llevármelas y poder tomármelas en casa”. Cara de absoluta confusión. “Preguntale a la ginecóloca, si quieres” Adjunto. Con eso bastó para que me diesen las pastillas, que nunca iba a utilizar.
Papi triste. Le costó asimilarlo mucho menos que a mí. Lo entendió y aceptó en el mismo momento. Súper triste. “¿Por qué nos pasa esto?”, “Pues no lo sé” Le contesté. Nos dimos un abrazo. Ni una sola lágrima por mi parte. Estaba en shock. Era real, había pasado. Estaba pasando. Algo había fallado. Pero no puede ser… Sí, si es.
Llego a casa, me pongo en contacto con las amigas-conocidas especialistas en el tema. ¿Por qué pasa esto? La gine me había dicho que no iba a hacer ningún tipo de prueba, que todo estaba bien, que tenía dos hijos totalmente sanos. No. A mí eso no me valía en absoluto. No, perdón, no tengo dos hijos sanos. Tengo dos hijos sanos y una hija muerta, aún dentro de mí.
Patricia, una gran compañera que me dio tanta luz en este proceso y a la que le estoy tan agradecida me dio mucha información sobre el procedimiento que había elegido. Cómo reconocer una infección, síntomas para ir al hospital, tiempo que podría durar la espera, y mucho, mucho apoyo. ¡Gracias Bonita!
También me comentó las pruebas que podía hacerme para quedarme más tranquila. Posibles causas y qué debía pedir en los análisis. Yo pensaba que sería mejor hacérmelos una vez todo hubiera pasado, pero no, ella me explicó lo “bueno” que era que todavía siguiese embarazada. Era así, seguía embarazada. Mi cuerpo no había reconocido la pérdida, seguía funcionando todo. Las hormonas y el malestar del primer trimestre (que por cierto, duraron exactamente hasta la semana 12+0). Por tanto es el mejor momento para hacerte las pruebas, si algo está mal, es en ese momento en el que mejor se ve.
Así que a la mañana siguiente me fui al médico de cabecera a hacerle las pruebas pertinentes: tiroides, coagulación. Tuve suerte. Había tirado el volante para la prueba de tiroides (pensé que una vez embaradaza no lo necesitaría hasta después del embarazo), así que tuve que volver a pedirlo, con la suerte de poder ampliarlo con todas las cosas que Patri me había recomendado. Así fue. Así lo hice.
Yo seguía con mi mente ocupada, buscando respuestas y estando ocupada.
Pero la ansiedad empezó a apoderarse de mí. ¿Qué pasa si salgo de casa y empiezo a sangrar a chorro en medio del supermercado? ¿O en una visita? ¿O de paseo? Y peor, ¿Qué pasa si me pasa sola con los niños por ahí? Entonces no puedo salir de casa. De todos modos, seguía encontrándome igual de mal, así que tampoco tenía muchas ganas ni fuerzas para mucho.
La verdad es que la espera es dura, durísima. ¿Deberé tomarme esas dichosas pastillas?
Menos mal que al cabo de dos días todo se normalizó. No pasa nada. Mi bebé y yo necesitamos este tiempo. Vendrá cuando tenga que venir. Marta también estuvo a mi lado virtualmente, como la gran comadrona que es, sintiéndola a mi lado, su cariño, su apoyo, su sabiduría. Todo ello ayudaba a procesar y sentirme segura de mi decisión. Tenía una gran profesional y una gran experta (por desgracia) a mi lado. No había nadie que pudiese darme más seguridad, más confianza.
Ahora tengo tiempo para organizarlo todo. Dónde la vamos a enterrar, qué vamos a plantar, dónde lo vamos a plantar. Fue fácil. Un magnolio, ese olor, esa belleza, esa grandiosidad en la que se pueden convertir. Dónde era la elección más complicada. Siempre dudamos donde plantar más árboles en el jardín. Pero esta vez, los dos estuvimos de acuerdo, delante de la ventana de la cocina, en la que cocinamos, para verlo crecer en nuestro día a día. Sí, es perfecto, junto al peral.
Más adelante leería un libro que me regaló la abuela. “El lenguaje de las flores”. La magnolia significa dignidad. ¡¡¡Ni que lo hubiese elegido a propósito!!! Ni siendo así hubiese podido elegir ningún significado mejor. Todo, absolutamente todo lo experimentado con este proceso, incluido el apoyo y cambio social, se basa en esto, dignidad, dignidad y respeto.
Estaba irascible, malhumorada, enfadada, encontrándome todavía físicamente mal por el embarazo. Qué frustración, ¡un embarazo que no va a ninguna parte!¡Qué injusto seguir encontrándome fatal para nada! Pero no es verdad. Tú, mi pequeña princesita querida, mi tan deseada ratita viniste a enseñarme mucho, no necesitabas quedarte ni un minuto más… ni un minuto menos. Me has enseñado tanto en tan poco… Mi corazón se ha ampliado, a unos niveles impensables. Ahora soy más compasiva, más sensible, más incondicional. Es decir, mejor persona.
Los días seguían pasando. Todos mis seres queridos se preocupaban, Todos pensaban que era malo tener a un bebé sin vida dentro de una. ¡Pero ¿por qué?! La verdad es que todavía no lo entiendo. “Es mi hija, necesitamos nuestro tiempo. Durante toda la historia de la humanidad se ha hecho así. No me duele tenerla dentro, ¡sino que no tenga vida!”. Babi me preguntó “¿Es dura la espera, verdad?” “Sí, bueno, más duro es pensar que no sé que harían con ella si nace en un hospital. Que no me van a dejar llevármela a casa y lo más probable es que acabe en el cubo de los residuos”. Que subrealista es este mundo. Qué insensibles son los protocolos. Entiendo que los médicos se tienen que proteger del dolor constante que ven. ¡Pero la humanidad es fundamental! Tiene que haber un punto medio. No entiendo tanta necesidad de control ¿Para qué? Cada uno deberíamos de ser libres de elegir lo que queremos en cada momento. Sobre todo en cosas tan personales, delicadas y dolorosas. Porque ese muro no ayuda a nadie. Sobre todo a las madres, que las presionan para que lo hagan rápido y acaben ya y no les dejan procesar y decidir lo que es mejor para ellas. Quieren evitar el dolos, mirando hacia otro lado, pero lo que no se dan cuenta, es que sin afrontarlo, vivirlo, llorarlo, no se acaba de currar. Esconder, sea lo que sea, nunca ha sido saludable, mucho menos la muerte de un ser querido.
Llegaron los resultados de las pruebas. Todo bien. Algo de anemia. Me quedo tranquila. En conclusión creo que fue fácil para mi cuerpo quedarse embarazada, pero después fue consciente de lo mucho que suponía y lo muy cansado que está de 3 embarazos en menos de 3 años y medio y casi 4 años de lactancia. A nivel espiritual… viniste a lo que viniste, me enseñaste lo que me tenías que enseñar, a mí y a toda nuestra familia. Incluido tu hermano mayor.
Hablo con Cachú. “Necesito que me testes. Me ha salido anemia en los análisis y no quiero que sea un problema a la hora de dar a luz en casa, y mucho menos cuando con este procedimiento se tiene más sangrado”. Tras 14 días desde que sé la noticia, Cachú me testa y entre las 20 cosas que me tengo que tomar, necesito tomarme en ayunas medio litro de agua con dos cucharadas de vinagre y una cucharilla de miel. ¡Dios mio bendito! En cuanto empecé a tomarmelo empecé a manchar. A los dos días tenía algunas molestias como de regla. El viernes, 8 de mayo sabía que de esa noche no pasaba. Tenía reunión de la Asociación. Te había pedido que no tuviese que perdérmela y que no nacieses el sábado, ya que es el aniversario de tu padre y mio, haciamos 8 años.
Y así fue, la reunión la pasé retorcida entre contracciones, preocupada de que eso que yo sentía fuese la energía del ambiente de reunión. Es curioso como nuestra mente se manipula sola. ¡Pensaba que era la regla! Pero a mis compañeras les decía que hoy era el día y que si me iba era porque me tenía que ir.
A las 6:30 tuve una contracción importante, un mensaje instintivo súper potente que me decía que me tenía que ir a casa. Tenía a un bebé dormido en brazos, el hijo de la doula que estaba dando la charla ¿Cómo podía interrumplirla ahora? 6:37. Otra contracción. “Tienes que irte YA” Me decía mi yo interno. No sé cómo dejé a ese bebé con su madre y me fui corriendo. Ya en el coche. Otra contracción realmente intensa. Sí, en dos minutos estoy en casa. Nunca me olvidaré, dando la rotonda de al lado de casa. Llegué. Aparco. Saludo (o gruño) Gente en casa, invitados. Supuestamente tendrían que estar en el jardín, pero no, están en el salón del piso de arriba. “Genial” pienso. Me encierro en mi habita. Portazo. Me siento en el baño. Otra contracción. Una especie de… Plof “Uf, voy a desnudarme e irme a la ducha, porque aquí sentada en el wáter si sales no te voy a poder coger”. Intento sacarme la falda por la cabeza. No puedo. Me levanto. “¿Qué es eso marrón clarito que hay ahí, que raro es? Lo cojo. Eres tú. Perfecta. Preciosa. Prácticamente formada: tu cabecita, tu columna, tus ojos, tus brazos y piernas. Hasta tus mofletes y nariz de patata,. Sin quererlo te habías quedado perfectamente colocada en mi mano. De lado, tumbadita, descansando. Que bonita eras, que pequeñita, que fuerte y que valiente. Qué maravilla poder tenerte en mi mano, qué duro tener que dejarte. No quiero. Un poquito más. Dios, gracias por haberlo hecho así. Todo ha merecido la pena. Estás aquí, en casa, en amor. Estaba tan en paz que ni me había dado cuenta que estaba sola. No me importaba. No estaba sola. Estaba llena. Estabas conmigo. Por fin estabas ahí. Por fin me podía despedir. Por fin la espera se había acabado
“¡¡¡¡Anžeeeeeeeee!!!!!”
Papi vino corriendo, el olor era demasiado intenso para él (ya sabes la sensibilidad que tiene). Y los hombres lo viven de otra manera, necesitan más tiempo para procesar y víncularse. Nosotras, las madres, no tenemos que hacer nada, el vínculo se hace solo, simplemente por estar ahí, escuchando mi corazón por dentro, alimentándote con mi sangre, sangre de amor verdadero. Todo nace naturalmente, un vínculo físico y emocional. Los hombres, hasta que nacéis, “sólo” tienen el vínculo emocional. Yo no podía soltarte, él no podía mirarte. “No importa, estoy bien, puedes irte, yo me quedo con ella”.
Te hago varias fotos ¿Cómo puede ser que siendo tan pequeña seas tan sumamente perfecta? Simplemente, el poder de la creación. Somos Diosas creando y los niños ángeles llegando a nosotras, no importa cómo lleguen cuánto se queden. Son el regalo más puro y absoluto.
El teléfono suena. Es Nina “Dice Lelé que envíes a Uroš para aquí”. “Ya nació, ya está aquí. Todo bien. Todo rápido. Es taaaan bonita… Te dejo. Te quiero. Hablamos”.
“Ati, tráeme la mini cestita que está en el armario de la alacena” “Aquí la tienes, ¿Es ésta?”. “Sí, perfecto, vamos a colocar papel para dejarla ahí” “Ufff, que duro, no soy capaz de soltarla, sólo un poquito más en mis manos” Algo tan pequeño y tan poderoso. Seguro, una de las pruebas más difíciles que he tenido que vivir, apoyarla en esa cestita y dejarla ir, dejarme ir y aceptar. Una prueba más de la vida. ¡Qué intensidad, qué profundidad, qué desafío!
Vale, una vez más, otro intento, ahora sí, mi niñita está en su cestita. “Vamos a enterrarla. Vamos niños”, “Ves Jernej, la hermanita ya nació, está aquí”. “Que pequeñita es” dice él.”Ahora vamos a enterrarla y a despedirla, ¿vale?”
Papi trae todo lo que necesitamos, la pala, el magnolio, los niños. Yo te llevo a ti, “solamente” a ti. “Niños, coged flores para echar junto a vuestra hermanita”. Cada uno cogió una flor, todas perfectas, las echaron la ollo y se despidieron diciéndote adios y saludando con las manitas. Yo te coloqué, no me acuerdo muy bien lo que dije, el dolor de las contracciones se intensificaba. Así que me subí corriendo al baño mientras el resto de nuestra familia acababa con la ceremonia.
El proceso no había acabado, en realidad sólo acababa de comenzar. Todavía quedaba mucho que expulsar, limpiar y procesar. Pero todo eso no importó, no importaba, no importa ni importanrá porque tú, mi regalito del Universo, tú, ya estabas enterrada, con todo el amor, el respeto y por supuesto la dignidad que te mereces, que nos merecemos. Y cada día vemos a ese magnolio crecer, estar, observar y nosotros a él, a ti, querida mía. Gracias.