Diario de una pérdida inesperada

By | septiembre 23, 2016

Cuando una familia sufre la pérdida de un bebé de pocas semanas, no siempre se le da validez a su dolor y esa es la principal queja que oímos cuando acompañamos a mujeres que tienen que vivir un aborto.  Esta madre nos envía el diario de la pérdida de su bebé y como la «simple» escucha y compañía hicieron mas llevadero el proceso tanto físico como emocionalmente.

Ninguna mujer está preparada para perder a su bebé, da igual el tiempo de gestación. La gente no suele comprender el duelo que supone perder a tu hijo por pocas semanas que tenga de vida. Esta es mi historia, la de una mamá ilusionada y primeriza, que todavía creía que todos los embarazos tenían final feliz, y que necesitó de mucha ayuda emocional para superar su pérdida.

Dos meses después de intentarlo por primera vez me quedé embarazada. Lo supe antes de hacerme el test. Era un bebé muy deseado, con mi pareja; a la que amo. Un primer embarazo muy buscado tras diversas circunstancias personales que lo fueron posponiendo una y otra vez.  Los síntomas llegaron muy pronto y con mucha fuerza, señales demasiado tempranas de mi estado: dolor de caderas y espalda, orinar con frecuencia, mareos, caída exagerada del cabello, pechos hinchados y cálidos, petequias….  A las 7 semanas de embarazo pude ver por primera vez latir su pequeño corazón.

Se acercaba el cumpleaños de mi suegra, así que decidimos contarlo a la familia ese día, no aguantábamos más sin decirlo, mi pareja y yo queríamos compartir nuestra felicidad con los demás y fantaseábamos con como sería ese momento.  El día anterior a la fecha elegida para confesar nuestro secreto, nos fuimos a la boda de unos amigos y fue entonces, cuando charlando con otra embarazada, me di cuenta que llevaba unos días sin sintomatología.  Le pedí a mi marido que me llevase a urgencias al hospital, estaba completamente segura de que algo no iba bien. Lo primero que me dijo la matrona al llegar a la consulta mientras esperaba a la ginecóloga era que “no tener síntomas no es un motivo para ir a urgencias”.  La ginecóloga no me dejo ver el ecógrafo, solo dijo “es un aborto, tenemos que ingresarte”, hicieron pasar a mi marido y se lo comunicaron. Yo escuchaba las palabras de la ginecóloga retumbando dentro de mi cabeza una y otra vez mientras se me salían las lágrimas sin poder evitarlo. Nadie nos explico lo que me iban a hacer, me hicieron firmar el consentimiento y me ingresaron. Yo conocía mucha información relacionada con el embarazo, pero absolutamente nada de los abortos y sus protocolos.

Pérdida temprana. No hay latido.

No hay latido

El día que habíamos decido contarlo a nuestra familia estaba de 9 semanas, el corazón de mi bebé llevaba 4 días detenido y me quedaba ingresada para que le “expulsase” de mi cuerpo. Fue un golpe durísimo para nosotros. Fue un legrado medicalizado, es decir, mediante prostraglandinas. Esa noche fue larga y difícil de olvidar. Compartía habitación con 2 mujeres más en la misma situación que habían empezado a manchar horas antes y yo no era capaz. Necesité conectar con mi niño y dejarle marchar para que lo hiciese.  A la mañana siguiente me dieron el alta, todavía tenía algunos “restos” me dijeron, pero estábamos en pleno traslado al nuevo hospital, y con methergin en casa los expulsaría “tranquilamente” o con la próxima regla que debería venir unos 40 días después tras aproximadamente 7 días de manchado. Esas fueron las indicaciones para irme a mi casa, con una cita posterior de control bajo el brazo.

Días después todavía sigo manchando, unos días mayor cantidad; otros menos. El decimoquinto día expulso un coágulo de unos 6 cm y empiezo a sangrar empapando una compresa en media hora. Regresamos a urgencias. Allí me hacen una ecografía, me dicen “que estoy recuperando bien, que no es para tanto” mientras wasapean, y me recetan nuevamente methergin, además de hierro, ya que tengo anemia a causa del sangrado.

Día 19, sigo manchando, parece que nunca voy a parar de sangrar, igual que no cesa el dolor de mi corazón. Durante unos días remite, luego vuelve a empezar, y así desde el día del ingreso.  Me sentía fatal, incomprendida, dolida…, y sin saber muy bien qué hacer, mi primera opción fue asistir a la consulta de un ginecólogo privado que escuchase mi caso particular y me orientase sobre qué pasaba en mi cuerpo y que debía hacer. Ahora considero que fue un error, creo que yo buscaba un poco de consuelo humano y sus palabras fueron “buff todavía hay mucha sangre dentro, mejor hazte un legrado quirúrgico porque es un rollo estar así”. Pasan más días. Voy al baño y expulso un nuevo coágulo, de unos 10 cm, y otro, y otro, y no paro de sangrar, estoy así por una media hora, sentada en el baño, empujando cada vez que siento algo en el útero, conectando de nuevo con mi propio cuerpo.  Llevaba 5 días de apenas un manchado leve. Mi alma se vuelve a caer, me hundo más y más, ya no me siento persona, solo me siento sangre, muerte… Cada vez que voy al hospital, a urgencias, me dicen que debo hacer un legrado quirúrgico, que son demasiados días, que acabaré con una infección, miedo, siempre miedo.

No quiero ir a quirófano si puedo evitarlo, que hurgen en mi útero, en mis entrañas. Mi deseo es poder expulsar lo que quede yo sola.  Empiezo a informarme por mi cuenta, a leer mucho (la cuna vacía, la sociedad que vaciaba úteros…) y a arrepentirme de haberme dejado manipular en el hospital, de no haber tenido una explicación sobre mis opciones para abortar, de no haber conocido antes el manejo expectante y haberlo hecho de esta forma desde el principio.

Ha pasado casi un mes desde la noche de mi pérdida. Sigo manchando y con anemia. Y es entonces cuando decido contactar con una de las matronas de Luna de Brigantia.  Para mí ella fue un soplo de aire fresco, me escuchó y me entendió. Me ofreció razones y explicaciones. Me dijo que cada mujer sangraba lo que necesitaba, que vigilase mi temperatura, que posiblemente no tendría mi primera regla. Me dio tranquilidad, que era justo lo que necesitaba.  Treinta y un días desde la pérdida, y otra vez tengo que acudir al servicio de urgencias por una pequeña hemorragia descontrolada. La última vez. En la que peor sentí que me trataban. Me dijeron que no podía pasar por obstetricia, como hasta el momento, porque no estaba embarazada, a pesar de informarles de la razón de porque estaba allí. Me pasaron a triage, donde esperé durante 5 horas mientras sangraba sin parar, y donde me hicieron un test innecesario de embarazo, que obviamente resultó positivo y me hundió un poco más emocionalmente.  Cuando finalmente me consultó una ginecóloga me dijo que podía esperar a la consulta de la revisión del aborto para la que anteriormente me habían citado.

Llega la fecha de la consulta de revisión, 42 días después de la pérdida, y sigo sangrando.  La ginecóloga me receta de nuevo prostraglandinas para usar en mi casa y marca una fecha límite en la que debo regresar y, si no hay cambios, ingresar para el legrado quirúrgico, sin más opciones, pues ya es demasiado tiempo. Ante la desesperación, las utilizo. No sucede nada. Sin cambios, aterrada ante la idea del quirófano y frustrada por haber llegado hasta aquí para nada.  Una vez más, contacté con la matrona, y de nuevo, fue ella la que volvió a ayudarme, me dio consejos para intentar, por última vez, expulsar lo que quedaba dentro de mí. Me ofreció apoyo emocional. Para mí fue muy importante contar con una profesional que se interesase exclusivamente por mi caso, sentirme entendida por ella, poder disponer de su asesoramiento personalizado.

Origen de la imagen: https://es.pinterest.com/pin/349310514830261235/

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Finalmente no tuve más opción que ingresar para legrar, pero yo ya no era la misma. No permití que me pusiesen la vía ni firmé el consentimiento hasta que pude hablar con el ginecólogo de planta tal como exigí.  Tras pasar por el quirófano me hizo sentir algo mejor que al menos no me habían pasado la legra, con las posibles consecuencias que podría conllevar, sino que solamente había sido un aspirado, ya que era muy poco lo que permanecía en mi útero.  Volvieron a decirme que en una semana aproximadamente el sangrado remitiría. Se prolongó durante 20 días. Fueron 65 días en total desde que perdí a mi bebé.  Cuando la parte física curó, mi marido y yo, hicimos un pequeño ritual para despedirnos de nuestro pequeño, coincidiendo con el día mundial de la muerte perinatal y neonatal, en un intento de sanar también nuestra parte emocional.

Despedirse de un bebé al que nunca has visto es difícil; acompañar como matrona un proceso de despedida también, pero es gratificante sentir que al hacer bien tu trabajo haces mas llevaderos los momentos amargos de la vida de otra persona.

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