Una lactancia complicada

By | agosto 22, 2017

La lactancia materna es algo natural y dar el pecho no duele… Vale, pero ¿Que pasa cuando aparecen dificultades? Contactar con una matrona experimentada en asesoramiento sobre lactancia materna es una opción antes del abandono.  A veces es sencillo solucionar el problema dando confianza a la madre, cambiando la postura, mejorando el agarre, también puede ser necesario tratamiento de fisioterapia u osteopatía, incluso cortar el frenillo… Pero a pesar de esas intervenciones y técnicas, en ocasiones, pasan meses en los que lo único que podemos hacer como matronas es sostener a esa madre que está dando todo de sí para que su hijo reciba el mejor de los alimentos.

El caso de esta madre de la que os traemos el relato, nos deseperó casi tanto como a ella.  No veíamos luz para que pudiesen volver a una lactancia materna exclusiva, pero la perseverancia dio sus frutos:

Para cuando nació mi segundo hijo ya había decidido que íbamos a hacer lactancia en tándem con su hermana mayor. A pesar de que los inicios con mi primera hija habían sido muy duros, todo lo bueno que nos había traído a ambas hasta la fecha me convencían de al menos intentarlo. A día de hoy opino que, de no haber sido por el tándem, seguramente no habría conseguido mantener la lactancia de Álex, mi segundo hijo.

Al principio, en la mayoría de las tomas, le daba el pecho a los dos a la vez y todo parecía ir bien, pues las revisiones de control de peso mostraban que crecía apropiadamente. Aun así estaba desconfiada, y quería creer que era sólo por la mala experiencia de los inicios con mi primera hija.

A partir de la 6ª semana empecé a notar un comportamiento muy extraño en Álex. Sobre todo en las tomas de la tarde (en las que mi hijo no tenía el apoyo de su hermana para facilitar la subida y la salida de la leche):

En ocasiones su comportamiento era similar al de un rechazo, se agarraba y soltaba prácticamente al momento. Empecé a darme cuenta de que cuando se agarraba no lo hacía correctamente y al mínimo movimiento (incluso el de mi pecho al respirar) su lengua hacía un chasquido y se le escapaba el pecho de la boca. Otras veces se quedaba quieto agarrado al pezón, como esperando a que la leche saliera por sí sola, como si de un grifo se tratara, y se enfadaba considerablemente porque no conseguía nada. En demasiadas tomas notaba que tras las subidas de la leche su comportamiento era muy irritable y se soltaba al poco. Nos frustrábamos ambos sobremanera. Sus deposiciones pasaron a ser verdosas y le detectaron muguet en la boca. Llegó un momento en que dejó de demandar pecho incluso en las tomas de la noche.

Para entonces yo ya no podía más, pensaba demasiado a menudo en dejar la lactancia, y me sentía muy culpable por tener esos pensamientos, llegué al punto de verme incapaz de realizar hasta la tarea más simple de la casa, parecía que todo me daba miedo y me sentía horriblemente mala madre por todo. Mi situación no me permitía atender adecuadamente a ninguno de mis dos hijos.

El peso de Álex se estancó de la semana 6 a la 8 y sabía que el pediatra no me iba a dar más solución que suplementar con biberón. Era el momento de buscar ayuda de otro tipo y contacté con Marta. Ella comprobó que el niño tenía un frenillo submucoso (o de tipo IV) que, de entrada, no necesariamente interferiría en nuestra lactancia, pero tras descartar una IPLV y viendo mi desesperación, me facilitó el contacto de un especialista que pudiese realizar la frenectomía; y gracias a su apoyo y ayuda ahora mismo seguimos con lactancia materna.

Las dos semanas tras la intervención fueron muy duras, pues la situación al pecho no había mejorado sustancialmente y los ejercicios post-frenectomía se nos hacían insoportables a ambos. Durante ese periodo el niño apenas había cogido 60 gramos y la única opción fue empezar a suplementar con el método Kassing. Empecé a sentirme extrañamente aliviada, pues ya no soportaba más la carga de alimentarlo y primaba la necesidad de verlo crecer a la de darle el pecho.

Los suplementos consiguieron que recuperase peso rápidamente. Se lo ofrecía justo después del pecho, al principio era a los 5 minutos o menos después de empezar, pues el pobre se quedaba dormido mamando. Intentaba siempre que el suplemento fuese de mi leche, pero no siempre me era posible y en cuanto empezó a rechazar biberones decidí que sería mejor ofrecerle sólo suplemento de leche artificial, pues me agobiaba sobremanera el sacaleches. En unas semanas el niño rechazaba prácticamente todos los suplementos y probamos a quitárselos, el resultado fue que el niño seguía creciendo adecuadamente.

Aún es hoy el día que no puedo asegurar cuales fueron los problemas que nos llevaron a esta situación, y la verdad, prefiero no pensar demasiado en esas semanas. Pero aquí dejo nuestra experiencia por si a alguien le pudiese ayudar.

Para cuando nació mi segundo hijo ya había decidido que íbamos a hacer lactancia en tándem con su hermana mayor. A pesar de que los inicios con mi primera hija habían sido muy duros, todo lo bueno que nos había traído a ambas hasta la fecha me convencían de al menos intentarlo. A día de hoy opino que, de no haber sido por el tándem, seguramente no habría conseguido mantener la lactancia de Álex, mi segundo hijo.

Al principio, en la mayoría de las tomas, le daba el pecho a los dos a la vez y todo parecía ir bien, pues las revisiones de control de peso mostraban que crecía apropiadamente. Aun así estaba desconfiada, y quería creer que era sólo por la mala experiencia de los inicios con mi primera hija.

A partir de la 6ª semana empecé a notar un comportamiento muy extraño en Álex. Sobre todo en las tomas de la tarde (en las que mi hijo no tenía el apoyo de su hermana para facilitar la subida y la salida de la leche):

En ocasiones su comportamiento era similar al de un rechazo, se agarraba y soltaba prácticamente al momento. Empecé a darme cuenta de que cuando se agarraba no lo hacía correctamente y al mínimo movimiento (incluso el de mi pecho al respirar) su lengua hacía un chasquido y se le escapaba el pecho de la boca. Otras veces se quedaba quieto agarrado al pezón, como esperando a que la leche saliera por sí sola, como si de un grifo se tratara, y se enfadaba considerablemente porque no conseguía nada. En demasiadas tomas notaba que tras las subidas de la leche su comportamiento era muy irritable y se soltaba al poco. Nos frustrábamos ambos sobremanera. Sus deposiciones pasaron a ser verdosas y le detectaron muguet en la boca. Llegó un momento en que dejó de demandar pecho incluso en las tomas de la noche.

Para entonces yo ya no podía más, pensaba demasiado a menudo en dejar la lactancia, y me sentía muy culpable por tener esos pensamientos, llegué al punto de verme incapaz de realizar hasta la tarea más simple de la casa, parecía que todo me daba miedo y me sentía horriblemente mala madre por todo. Mi situación no me permitía atender adecuadamente a ninguno de mis dos hijos.

El peso de Álex se estancó de la semana 6 a la 8 y sabía que el pediatra no me iba a dar más solución que suplementar con biberón. Era el momento de buscar ayuda de otro tipo y contacté con Marta. Ella comprobó que el niño tenía un frenillo submucoso (o de tipo IV) que, de entrada, no necesariamente interferiría en nuestra lactancia, pero tras descartar una IPLV y viendo mi desesperación, me facilitó el contacto de un especialista que pudiese realizar la frenectomía; y gracias a su apoyo y ayuda ahora mismo seguimos con lactancia materna.

Las dos semanas tras la intervención fueron muy duras, pues la situación al pecho no había mejorado sustancialmente y los ejercicios post-frenectomía se nos hacían insoportables a ambos. Durante ese periodo el niño apenas había cogido 60 gramos y la única opción fue empezar a suplementar con el método Kassing. Empecé a sentirme extrañamente aliviada, pues ya no soportaba más la carga de alimentarlo y primaba la necesidad de verlo crecer a la de darle el pecho.

Los suplementos consiguieron que recuperase peso rápidamente. Se lo ofrecía justo después del pecho, al principio era a los 5 minutos o menos después de empezar, pues el pobre se quedaba dormido mamando. Intentaba siempre que el suplemento fuese de mi leche, pero no siempre me era posible y en cuanto empezó a rechazar biberones decidí que sería mejor ofrecerle sólo suplemento de leche artificial, pues me agobiaba sobremanera el sacaleches. En unas semanas el niño rechazaba prácticamente todos los suplementos y probamos a quitárselos, el resultado fue que el niño seguía creciendo adecuadamente.

Aún es hoy el día que no puedo asegurar cuales fueron los problemas que nos llevaron a esta situación, y la verdad, prefiero no pensar demasiado en esas semanas. Pero aquí dejo nuestra experiencia por si a alguien le pudiese ayudar.

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