FollowEl relato que acompaña esta entrada nos lo ha hecho llegar una madre a la que hemos acompañado durante la preparación al parto y su posparto. Nos ha hecho soltar alguna lágrima de emoción, y no podemos dejar de dar las gracias a esta familia por el cariño con el que nos han recibido desde el primer día.
LA BELLEZA DE LA LUNA
Me gustan los finales felices, en el fondo soy una romántica no confesa, pero la vida me ha enseñado que no puedes tener todo bajo control. Soy la última de nueve hermanos, nací cuando mi madre tenía la misma edad que yo ahora y, tras el nacimiento de mi hija, vivo entre las luces y las sombras, las luces de su sonrisa, sus gestos y sus gorgoritos y las sombras de noches interminables y brazos partidos. Un claroscuro repleto de agotamiento y agradecimiento.
Mi niña llego para llenar el vacío que dejaron sus hermanos no nacidos, para hacerme ver que tengo sitio para los tres en mi corazón. Que a los tres los quiero pero que a ella la puedo abrazar y decirle cuanto la necesitaba.
Porque en el cielo dicen que están las cosas más bellas, aquellas que no puedo tocar, mi bebé se llama Vega, el nombre de una estrella.
Quizás sea casualidad que eligiese a Luna de Brigantia, a Marta y Carmen, para acompañarme en este viaje tan excitante, quizás no, tal vez fueron ellas las que decidieron sostenerme con su saber hacer, su sensibilidad y optimismo cuando yo me hundía en la incertidumbre y el miedo. Me hicieron conectar con mi embarazo, entrar en el estado de serenidad que tanto me hacía falta y, desde ese momento, entraron a formar parte de mi familia, antes de que Vega naciese, ellas fueron para mí sus segundas madres (¿o las primeras?) y después mi luz en días de lluvia.
Gracias a ellas puedo hundirme en los ojos de mi hija y sentirme en paz. Gracias a ellas sé que sí existen los finales felices.